lunes, 19 de marzo de 2018

Días para recordar., para no olvidar.



Hace doscientos años Chile vive momentos dramáticos en su lucha por independizarse de España. Hace doscientos años los campos eran arrasados por combates, requisas obligadas, enganches sin consentimiento para formar batallones y partir a la guerra. Eran días confusos, inseguros.
Hace un par de días fue 19 de marzo, y no creo que alguien se haya acordado del desastre en Cancha Rayada, cuando el ejército “insurgente” era sorprendido en plena noche por las fuerzas realistas mientras San Martín intentaba cambiar la ubicación de sus efectivos. Y esa noche fue un completo desastre: soldados vagando entre muertos y explosiones, con un fuego de fusilería que no dejaba espacio para cubrirse y menos reorganizarse. Unos decían que O’Higgins estaba muerto, otros, que el muerto era San Martín.
Las malas noticias no hay que preguntarlas. Se saben de inmediato. Y en Santiago apareció una vez más el fantasma del miedo. Hacía casi cuatro años que los chilenos habían huido despavoridos hacia Mendoza, después de la derrota en Rancagua. Y ahora nuevamente empezaban a guardar sus ropas, sus chiquillos y sus pesos.  No nos quedemos en los detalles de ese terror. Solo veamos las luces y sombras que envuelven a la capital. Dicen que los realistas van a matar a los patriotas sin piedad, como había ocurrido tiempo atrás. Todos miran al general De la Cruz, a quien habían nombrado Director Supremo Delegado, en ausencia de O’Higgins. ¿Qué hacer? Y desde las sombras surge la figura apasionante del héroe popular, del que se había convertido en leyenda en medio de la reconquista. Y sin dudarlo un instante, grita a los aterrados fugitivos “Aún tenemos Patria, ciudadanos”.
Como un golpe eléctrico desatado por los rayos los hombres y mujeres piden fusiles, los carrerinos lo apoyan con un escuadrón de caballería nacido en ese instante, los Húsares de la Muerte. Eran antiguos integrantes de los Húsares de la Gran Guardia de Carrera, que se identificaban por lucir una barbilla recortada en el mentón.
            La reacción fue mágica. Y a pesar de la resistencia puesta por algunos oficiales, el arsenal fue abierto para los improvisados defensores. Chile se había salvado, pero el destino de Manuel Rodríguez quedaba en las manos de los fantasmas que reaparecían, vivos aunque heridos, de O’Higgins y San Martín. Había que organizar la defensa del país ante el avance de los realistas. Solo no estaba claro si habría un lugar para el guerrillero.