martes, 17 de marzo de 2015

No los hemos olvidado.


                Hace exactamente 128 años, a las 12 1/4 del mediodía la campana de alarmas del Cuerpo de Bomberos de Santiago, la "paila" de Meiggs, avisa que se ha declarado un incendio y llama a los bomberos de la ciudad. La columna de humo se alza en pleno centro de la capital del país mientras las máquinas comienzan a salir en dirección  a la calle San  Miguel n° 11 (hoy avenida Ricardo Cumming), propiedad del violinista italiano Vicente Morelli.
                Chile se encontraba terminando la dramática emergencia por el cólera morbo, que había costado cerca de 30.000 víctimas. La calma comenzaba a volver, lo que había permitido al señor Morelli salir de vacaciones con su familia a la costa, y ya siendo tiempo de regresar, le escribe al mozo Manuel Quevedo que fumigue las habitaciones de la casa.
              ¿Cómo se fumigaba? De acuerdo a las instrucciones del gobierno, debía colocarse cinco cucharadas de azufre en un plato y encenderlo, esperar que bajara la llama y dejar que el humo invadiera las habitaciones para limpiar el espacio de pestilencias.
              Quevedo así lo hizo y  cerró la casa, pero no se dio cuenta que la lámpara ubicada sobre la mesa donde había encendido el azufre, tenía abierta la llave de paso del gas.
              Y vino la explosión y el incendio. El Cuartel General de Bomberos recibe el aviso y de inmediato da la alarma, electrizando cuarteles y voluntarios que salen en sus carros mientros otros se guían por la columna de humo y los toques de campana para dirigirse por sus propios medios al lugar. El templo de la Gratitud Nacional, en las esquinas de Alameda y San Miguel, es un referente para concurrir al sitio amagado.
             Media hora más tarde las bombas a palanca y a vapor están trabajando en el amplio edificio de un piso que arde por todos sus costados. A cargo del trabajo de los bomberos está su comandante Emiliano Llona, quien da instrucciones para mantener la mayor precaución por lo dañada que se encuentra la construcción.
             Una hora más tarde comenzaban a retirarse las primeras compañías. Falta controlar algunos pequeños focos que pueden generar un nuevo incendio. Luego de realizar la más completa revisión para asegurarse las condiciones en que ha quedado el edificio, el comandante Llona llama al capitán de la 3a, Pedro Gutiérrez, para darle instrucciones precisas a partir de la revisión hecha por el capitán de la 7a. compañía.
             Gutiérrez se presenta. Hay que apagar los escombros, pero teniente mucho cuidado con el muro norte, que está inclinado y es peligroso. Solo se debe trabajar en apagar los escombros avanzando por el interior de las galerías, pero no salir alpatio por el peligro de derrumbe.
Los heridos son trasladados en medio del dolor de sus compañeros
Gutiérrez distribuye las dos secciones, con el teniente 1° Olegario Briceño avanzando por la galería sur de la casa, y la del teniente 2° Federico Frías por la galería norte. Y les repite la prohibición de salir al patio.
Pero la sección de Frías tiene mayores dificultades para avanzar.  Los derrumbes, las vigas caídas, los escombros del techo han bloqueado el paso, y tomando todas las precauciones posibles decide salir al patio para observar la situación. En la puerta de salida esperan Victo Cato, a cargo del pitón, mientras Luis Johnson y Rafael Ramírez sujetan la pesada manguera de cuero. Finalmente, Frías ordena salir al patio.
                 En el momento que ingresan, pisando treinta centímetros de agua y escombros, se siente el golpe inmenso del derrumbe del muro.
Rafael Ramírez
Y la confusión domina la escena. Víctor Cato, el más grave, es trasladado a la casa de un vecino, en calle San Miguel 35. Johnson es instalado en una cama puesta en la entrada de su casa por otro de los vecinos, en San Miguel 17. Ramírez se queja de las fracturas y heridas mientras también es sacado del lugar del accidente.
               A las tres y media de la tarde, y luego de haber procedido desesperadamente al rescate de sus compañeros, las últimas compañías de bomberos se retiraban a sus cuarteles.

Luis Johnson
 Lo que siguió después fue una negligencia criminal, si lo analizamos en las perspectiva de hoy. Los heridos, que están graves, han sido trasladados de un lugar a otro. Rafael Ramírez es llevado a pulso sobre una camilla hasta la calle Rozas 81. Otros dicen que Johnson ha sido trasladado a calle de las Agustinas. Finalmente es llevado a su casa ante la insistencia  de su esposa, Elvira Braniff. Víctor Cato está en el hospital, donde es atendido por los cirujanos del Cuerpo de Bomberos,
encabezados el voluntario de la 5a. Manuel Torres Boonen, y su colega Körner, junto a los médicos Letelier, Hidalgo y otros más que han llegado al lugar de la emergencia,  atienden a los tres heridos dispersos en distintas casas.
                  A las 2 y 40 minutos de la madrugada del 19 de marzo, fallece Rafael Ramírez. Poco después, a las 3. 45,  moría Luis Johnson. Víctor Cato sobreviviría  9 años, falleciendo en septiembre del año 1896.
El dolor destruye a las familias de Johnson y Ramírez. Cato vive solo. Y la ciudad se viste de luto para los funerales de Johnson y Ramírez, cuyas honras fúnebres se hacen en el mismo templo de la Gratitud Nacional. Son parte de la legión de los primeros mártires del Cuerpo de Bomberos después de Tenderini y de Ossa.
                  Víctor Cato resiste el dolor, el abandono y el olvido, inválido por el accidente. Y fallece nueve años después, siendo reconocido su sacrificio al morir y de inmediato desconocido. No fue considerado mártir al igual que sus dos compañeros de fila. Hasta que el 3 de julio de 2012, el Directorio reunido en sesión extraordinaria, reconocía finalmente los méritos de Víctor Cato Velasco para integrar la lista de mártires del Cuerpo de Bomberos de Santiago.
                 A 128 años del incendio que les quitó la vida, hemos querido recordarlos para que jamás sus nombres sean olvidados.