Entre mi último año
de enseñanza escolar y el primero en la Universidad, me acostumbré a visitar la
librería que Editorial Orbe tenía en pleno centro de la capital, en la Galería
Imperio, local 256, donde seguramente ahora debe haber una farmacia o una peluquería.
Por una casualidad
había conocido en una feria del Parque Forestal al escritor Manuel G. Balbontín
y su invitación a visitarlos formó parte de mis imborrables y enriquecedores
días junto a los escritores chilenos. Allí compartí con autores como Armando
Venegas Harbin, quien me dedicó su novela "La Caja de sándalo", o los
cuentos de humor de Armando Cassígoli, entonces profesor mío de redacción en la
Universidad de Chile. A veces veía a la señora Magdalena Petit, sentada y
sonriente, y a varias leyendas que crecían en importancia en mi espíritu juvenil
al conocerlos a tan pocos metros, en medio de los estantes apretujados de
literatura.
Revisando mi biblioteca,
medio siglo después, con sus cientos de libros entre los que destacan los títulos
de esos años del recuerdo y que conservan en sus dedicatorias las firmas de sus autores, encontré una pequeña obra dedicada a "Constanza Nordenflicht en la vida de
Diego Portales", de Gustavo Opazo Maturana y Gabriel G. Balbontín.
En sus páginas se
reconstruye la vida sentimental del todopoderoso ministro, y seguimos paso a
paso la agonía sentimental que va consumiendo a la joven Constanza, sus
embarazos, sus hijos nunca reconocidos por Diego Portales. Dejemos a los
autores recrear esos momentos:
"La joven Constanza sufre lo increíble, su pasión de los quince
años va a tomar las formas de una realidad amarga y dura. Tuvo que salir de la
casa de la Marquesa a irse a refugiar a un barrio distante, el del curato de
San Isidro. El 24 de septiembre de 1824 nace la primera hija. La criatura no está desamparada y la llevan a la pila bautismal su tía Dolores y su esposo don
Lorenzo Plaza de los Reyes, quienes la apadrinan (...) Se le puso el nombre de
Rosalía de los Dolores y fue inscrita en los libros parroquiales de San Isidro
como hija de don Diego Portales y de doña C.N., solteros, nacida bajo palabra
de matrimonio".
Dos años más tarde,
en la parroquia de San Lázaro se ponía óleo al pequeño Ricardo, "hijo natural de don Diego Portales y
de doña A.T.". Bajo estas dos letras se ocultaba el verdadero nombre
de doña Constanza Nordenflycht, hijo que nacía sin la promesa de matrimonio y
que Portales ocultaba para "mantener
a Constanza fuera de toda sospecha, y para no agravar también su culpa" como
lo describen los autores citados. A Portales se le prohibió visitar a la joven
madre. Pero a la muchacha, de apenas dieciocho años y con dos partos en su débil contextura,
la llevaron a un estado de extrema ansiedad y en julio era atacada por la neumonía.
Hecho testamento, declara tener dos hijos de Diego Portales. Con un esfuerzo enorme logra sobreponerse al mal.
Pero el amante futuro
ministro rechazaba acercarse a la niña, la que languidecía por su ausencia. Para Portales, tan ajeno a las emociones
humanas, la actitud de Constanza era "emperrada y testaruda".
La niña Constanza,
nacida en Lima en 1808 y de origen sueco, vive con sus parientes chilenos los marqueses de Azúa y Marín de Poveda, cuyas
cuentas administraba el presbítero José Antonio de la Torre y Saravia.
Como maestro de los
hechos consumados, Portales se convertía en Ministro de Interior y Guerra pocos
días antes de la masacre de Lircay de 1830. Y la sola presencia de Constanza y
sus hijos era un riesgo para su prestigio. Al verla una vez, desgastada por su
tragedia y con tan solo veintidós años, Portales la recordó como "una
historia desagradable".
En mayo de 1832 la
joven Constanza está grave una vez más. Portales se escribe con el cirujano mayor del
ejército Carlos Burton, y doctor del Hospital de Mujeres de San Borja. Exige
que no se mencione la enfermedad
anterior. ¿Cuál? Ahora ella está postrada con escarlatina. Portales, con esa
frialdad que ha definido su personalidad, le pide al doctor Burton que impida
que Constanza tenga más hijos.
Y es más. "Si desgraciadamente muere la enferma -
le escribe a Burton - es preciso que se
haga pública la causa o enfermedad que le dio a muerte".(...) Si usted no
cree necesario someter a la consideración de la junta (médica) el secreto, puede
omitirlo y tratar solamente la escarlatina como su único mal" (Op. cit.)
Y cual libreto del
más inimaginable romanticismo, la repuesta joven Constanza, ya de 25 años,
arranca de la tutela familiar y religiosa a la que ha sido sometida desde sus
15 años, y viaja en coche a reunirse con Portales, dejando atrás a sus dos
hijos. El ministro se sorprende, pero su naturaleza incontrolable concibe un
nuevo hijo, esta vez un bastardo, cuyo padrino será el jardinero, siendo
bautizado en la Parroquia de la Matriz bajo el nombre de Juan Santiago de los
Dolores.
Portales se siente
atrapado en medio de esta historia de la que quiere arrancar. Hasta que toma la
decisión y se instala en una hacienda cerca de La Ligua. Allí se enreda en
amores con la joven hija de los hacendados del lugar, los Vargas de Olivares y
Roco de Carvajal Covarrubias y Lisperger. Ella se llama María Mercedes Orrego y
Vargas, y Portales se impresiona con tanta belleza unida a su natural gracia y
aptitudes artísticas. "No se vio más
preciosura en el orbe hasta el confín" le escribe el ministro en apasionadas
coplas.
Constanza sigue su
amargo abandono en Valparaíso. Pero un día Portales se entera de la muerte del
sacerdote de la Torre, que administra las fortunas de su familia en Santiago,
viaja al puerto y convence a Constanza que regrese a la capital, para mejorar
las relaciones familiares y así obtener la herencia que podría
corresponderle. Pasan unos pocos años,
Constanza sigue abandonada en su amor enfermo, Portales asciende en poder,
promulga al constitución de 1833 y la viola las veces que considera necesario.
Prueba de ello son las leyes de enero y febrero de 1837, donde castiga con la
muerte por fusilamiento de aquel que conspire contra el estado. Son cuatro
meses donde "empezó en Chile el
periodo del terror, que produjo vergonzosos crímenes" escribe Domingo
Amunátegui Solar.
No es de extrañar por
eso que el 6 de junio de ese año 1837, un motín militar encabezado por el
coronel José Antonio Vidaurre, termina con el fusilamiento de Diego Portales en
el cerro Barón.
Constanza se entera
de la muerte de su amor imposible, postrada en cama en la poco acogedora
mansión de la Marquesa. Se existencia se fue apagando, hasta morir un mes después, el 23 de
julio de 1837.
Está enterrada en el Cementerio General de Santiago, en una sepultura perpetua que lleva el número 262.
Está enterrada en el Cementerio General de Santiago, en una sepultura perpetua que lleva el número 262.
Notable tu texto, Antonio Márquez...Una prueba más de lo carajo que fue el famoso Portales, que bien lo muestras...Un abrazo, Rodrigo de Arteagabeitia
ResponderEliminarQue triste historia para Contanza y la historia repite la posrsion de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres
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