Hace exactamente 128 años, a las 12 1/4 del mediodía la campana de alarmas del Cuerpo de Bomberos de Santiago, la "paila" de Meiggs, avisa que se ha declarado un incendio y llama a los bomberos de la ciudad. La columna de humo se alza en pleno centro de la capital del país mientras las máquinas comienzan a salir en dirección a la calle San Miguel n° 11 (hoy avenida Ricardo Cumming), propiedad del violinista italiano Vicente Morelli.
Chile se encontraba terminando la dramática
emergencia por el cólera morbo, que había costado cerca de 30.000 víctimas. La
calma comenzaba a volver, lo que había permitido al señor Morelli salir de
vacaciones con su familia a la costa, y ya siendo tiempo de regresar, le
escribe al mozo Manuel Quevedo que fumigue las habitaciones de la casa.
¿Cómo se fumigaba? De acuerdo a las
instrucciones del gobierno, debía colocarse cinco cucharadas de azufre en un
plato y encenderlo, esperar que bajara la llama y dejar que el humo invadiera
las habitaciones para limpiar el espacio de pestilencias.
Quevedo así lo hizo y cerró la casa, pero no se dio cuenta que la
lámpara ubicada sobre la mesa donde había encendido el azufre, tenía abierta la
llave de paso del gas.
Y vino la explosión y el incendio. El
Cuartel General de Bomberos recibe el aviso y de inmediato da la alarma,
electrizando cuarteles y voluntarios que salen en sus carros mientros otros se
guían por la columna de humo y los toques de campana para dirigirse por sus
propios medios al lugar. El templo de la Gratitud Nacional, en las esquinas de
Alameda y San Miguel, es un referente para concurrir al sitio amagado.
Media hora más tarde las bombas a
palanca y a vapor están trabajando en el amplio edificio de un piso que arde
por todos sus costados. A cargo del trabajo de los bomberos está su comandante
Emiliano Llona, quien da instrucciones para mantener la mayor precaución por lo
dañada que se encuentra la construcción.
Una hora más tarde comenzaban a
retirarse las primeras compañías. Falta controlar algunos pequeños focos que
pueden generar un nuevo incendio. Luego de realizar la más completa revisión
para asegurarse las condiciones en que ha quedado el edificio, el comandante
Llona llama al capitán de la 3a, Pedro Gutiérrez, para darle instrucciones
precisas a partir de la revisión hecha por el capitán de la 7a. compañía.
Gutiérrez se presenta. Hay que apagar
los escombros, pero teniente mucho cuidado con el muro norte, que está
inclinado y es peligroso. Solo se debe trabajar en apagar los escombros
avanzando por el interior de las galerías, pero no salir alpatio por el peligro
de derrumbe.
Los heridos son trasladados en medio del dolor de sus compañeros |
Gutiérrez distribuye las dos
secciones, con el teniente 1° Olegario Briceño avanzando por la galería sur de
la casa, y la del teniente 2° Federico Frías por la galería norte. Y les repite
la prohibición de salir al patio.
Pero la sección de Frías tiene
mayores dificultades para avanzar. Los
derrumbes, las vigas caídas, los escombros del techo han bloqueado el paso, y
tomando todas las precauciones posibles decide salir al patio para observar la
situación. En la puerta de salida esperan Victo Cato, a cargo del pitón,
mientras Luis Johnson y Rafael Ramírez sujetan la pesada manguera de
cuero. Finalmente, Frías ordena salir al
patio.
En el momento que ingresan, pisando
treinta centímetros de agua y escombros, se siente el golpe inmenso del
derrumbe del muro.
Rafael Ramírez |
Y la confusión domina la escena.
Víctor Cato, el más grave, es trasladado a la casa de un vecino, en calle San Miguel
35. Johnson es instalado en una cama puesta en la entrada de su casa por otro
de los vecinos, en San Miguel 17. Ramírez se queja de las fracturas y heridas
mientras también es sacado del lugar del accidente.
A las tres y media de la tarde, y
luego de haber procedido desesperadamente al rescate de sus compañeros, las
últimas compañías de bomberos se retiraban a sus cuarteles.
Luis Johnson |
Lo que siguió después fue una negligencia
criminal, si lo analizamos en las perspectiva de hoy. Los heridos, que están
graves, han sido trasladados de un lugar a otro. Rafael Ramírez es llevado a
pulso sobre una camilla hasta la calle Rozas 81. Otros dicen que Johnson ha sido
trasladado a calle de las Agustinas. Finalmente es llevado a su casa ante la
insistencia de su esposa, Elvira
Braniff. Víctor Cato está en el hospital, donde es atendido por los cirujanos del
Cuerpo de Bomberos,
encabezados el
voluntario de la 5a. Manuel Torres Boonen, y su colega Körner, junto a los
médicos Letelier, Hidalgo y otros más que han llegado al lugar de la
emergencia, atienden a los tres heridos
dispersos en distintas casas.
A las 2 y 40 minutos de la madrugada
del 19 de marzo, fallece Rafael Ramírez. Poco después, a las 3. 45, moría Luis Johnson. Víctor Cato sobreviviría 9 años, falleciendo en septiembre del año 1896.
El dolor destruye a las familias de
Johnson y Ramírez. Cato vive solo. Y la ciudad se viste de luto para los
funerales de Johnson y Ramírez, cuyas honras fúnebres se hacen en el mismo
templo de la Gratitud Nacional. Son parte de la legión de los primeros mártires
del Cuerpo de Bomberos después de Tenderini y de Ossa.
Víctor Cato resiste el dolor, el
abandono y el olvido, inválido por el accidente. Y fallece nueve años después,
siendo reconocido su sacrificio al morir y de inmediato desconocido. No fue
considerado mártir al igual que sus dos compañeros de fila. Hasta que el 3 de
julio de 2012, el Directorio reunido en sesión extraordinaria, reconocía
finalmente los méritos de Víctor Cato Velasco para integrar la lista de
mártires del Cuerpo de Bomberos de Santiago.
A 128 años del incendio que les quitó
la vida, hemos querido recordarlos para que jamás sus nombres sean olvidados.
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